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Sosias en las redes sociales

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El síndrome de Capgras (mas conocido como la ilusión de los Sosias) es el nombre que los psiquiatras dan a la creencia experimentada por algunos enfermos de que sus seres queridos han sido reemplazados por impostores idénticos

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Sobre la falsa ilusión de amistad que nos provocan las redes sociales, escribí hace unos años Twitter y el mito de la caverna. Bien, pues un reciente artículo aparecido en Nautilus ha capturado mi atención por completo. Según el artículo To understand Facebook, study Capgras Syndrome, de Robert Sapolsky, profesor de biología, neurología y neurocirugía en la Universidad de Stanford (Estados Unidos) y autor de A Primate’s Memoir y Why Zebras Don’t Get Ulcers, la forma en la que nos comunicamos digitalmente con otras personas podría estar provocándonos una especie síndrome de Capgras colectivo invertido. Según Sapolsky, «los avances en el mundo digital han dado lugar a la generación contemporánea de Facebook y han convertido el síndrome de Capgras en una ventana a nuestra cultura y nuestras mentes hoy, donde nada es muy reconocible pero todo parece familiar».

El síndrome de Capgras (más conocido como «la ilusión de los Sosias») es el nombre que los psiquiatras dan a la creencia experimentada por algunos de que sus seres queridos han sido reemplazados por impostores idénticos. «Estos trastornos nos dicen mucho sobre las diferencias entre los pensamientos que dan lugar al reconocimiento y los sentimientos que dan lugar a la familiaridad –explica Sapolsky–. Cuando identificamos a uno de nuestros hijos, por ejemplo, una zona de nuestro cerebro prefrontal reconoce una serie de características físicas como el color de sus ojos o su pelo, pero, al mismo tiempo, otra parte de nuestro sistema límbico cerebral le asocia una serie de emociones (…) Volvemos a imaginar cómo fue sostenerle en nuestros brazos la primera vez, (…) su olor nos evoca multitud de emociones y sentimos una variedad de cosas que ponen en juego una gran variedad de nuestras regiones cerebrales cortical y límbica».

«Los avances en el mundo digital han dado lugar a la generación contemporánea de Facebook y han convertido el síndrome de Capgras en una ventana a nuestra cultura y nuestras mentes hoy, donde nada es muy reconocible pero todo parece familiar». Robert Sapolsky

Estas dos funciones, cognición y emoción, cuya diferencia acepta hoy gran parte de la neurología moderna, nos recuerda inevitablemente la dicotomía mente/cuerpo de Descartes y constituyen la diferencia entre conocimiento y familiaridad. La identificación correcta y completa de alguien reside en la intersección del reconocimiento de hechos y del sentido de la familiaridad que nos producen ciertas emociones que nos provoca esa persona. Los delirios de Capgras surgen cuando hay un daño selectivo en lo segundo (lo que se llama nuestra red de procesamiento facial extendido).

Las investigaciones sobre enfermos con alucinaciones de Capgras muestran que, en su caso, al ver los rostros de personas conocidas no hay activación en las zonas del cerebro responsables del «reconocimiento emocional» debido a daños neurológicos causados, tal vez, por una pequeña hemorragia cerebral.

A pesar de que durante el 99% de la historia de la humanidad nuestra comunicación social ha consistido en interacciones cara a cara, desde hace unas décadas, concluye Sapolsky, los elementos de reconocimiento y familiaridad han sido sustituidos por la tecnología moderna y el reconocimiento emocional ha sido altamente empobrecido en este proceso.

«El comportamiento social perverso mantenido en la red y alimentado por nuestro continuo multitasking social transforma la auténtica familiaridad –sustentada en emociones reales– en señales de familiaridad que son solo una frágil ilusión de lo real. Nuestras vidas en las redes sociales están plagadas de simulaciones y simulaciones de simulaciones de la realidad. Nos contactan en línea personas que afirman que nos conocen, que desean salvarnos de las infracciones de la ciberseguridad, que nos invitan a abrir sus enlaces, que probablemente no son quienes dicen ser y nos volvemos cada vez más vulnerables a los impostores».

La disociación de la cognición y la emoción, y del reconocimiento y la familiaridad, es lo que hace que las ilusiones de Capgras sean una metáfora del estado actual de nuestras mentes

Lo normal sería que ello nos convirtiera colectivamente en enfermos con delirios de Capgras, haciéndonos pensar que todos los que nos encontramos en las redes son impostores: «¿Cómo no perder la confianza en la veracidad de las personas cuando has enviado un montón de dinero al tipo que afirmó que era del IRS (servicio de recaudación de impuestos estadounidense)?».

Una nueva familiaridad «debilitada» nos lleva a confundir a un conocido con un amigo solo porque acabamos de mantener una racha de Snapchat durante los últimos veinte días con esa persona, o porque a los dos nos gustan las mismas páginas de Facebook y nos hace intimar con personas cuya familiaridad resulta ser falsa. A fin de cuentas ahora podemos enamorarnos en las redes de personas digitales cuyo cabello nunca hemos olido, y nos hace pensar que lo que es falso y artificial en el mundo que nos rodea es sustantivo y significativo. No es que los seres queridos y los amigos se confundan con simulaciones, sino que las simulaciones se confunden con ellos.

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