Hace unas semanas, Facebook lanzó su mundo virtual llamado «Metaverso». Un hecho que, al menos según sus creadores, está llamado a revolucionar nuestra sociedad y nuestra existencia. La posibilidad de habitar un mundo virtual arroja importantes preguntas filosóficas tanto metafísicas como sociales o políticas. Este artículo aborda las tres más urgentes.
Por Paula Campo Chang
«Meta» es un prefijo griego (μετά) sobre el que todavía existen debates en torno a la pertinencia de sus traducciones al español: se puede traducir como «más allá de» o «después». Ya en el Apocalipsis se maneja la noción μετὰ ταῦτα para hablar de lo que hay después «de las cosas», es decir, el juicio final que decide el destino del alma humana.
Lo que está claro es que «meta», se traduzca como se traduzca, refiere a algo más. Por eso, a los filósofos a los que se les acusaba peyorativamente de «meta-físicos» son aquellos, como dice Heidegger, «de los que se ríen las sirvientas», porque enfrentarse al más allá es completamente innecesario: como si tuviéramos ya pocos problemas en nuestro más acá. La expresión de Heidegger viene de que las sirvientas se rieron de Tales de Mileto porque mirando a las estrellas y los grandes astros se cayó en un pozo. Sea lo que sea el «meta», este pasa a ser visto como un lujo innecesario, como un capricho de aquellos que pueden disfrutar de pensar en cosas raras porque tienen demasiado tiempo libre.
Han pasado muchos años desde que estos autores hablaron de la importancia del ir más allá —que es un ir más profundo—. La última vez que se ha hablado de «meta» es debido a un proyecto promovido por Facebook. Su propuesta: dentro del nuevo nombre de la red social, Meta, crear un mundo virtual llamado Metaverso.
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