
Pocas facultades han marcado nuestro desarrollo como especie como lo ha hecho el lenguaje. Nuestras relaciones sociales, nuestra forma de pensar, entender y explicar el mundo han estado determinadas por nuestras palabras, y la filosofía, interesada siempre por todo y por todos, no podía ser ajena a él. En este dosier analizamos el fenómeno desde su perspectiva filosófica, pero sin olvidar también la histórica, la psicológica y la propiamente lingüística.
Decía el psicólogo austríaco Paul Watzlawick que «los seres humanos no podemos dejar de comunicar». Y es que las personas, incluso cuando mantenemos la boca cerrada, estamos transmitiendo mensajes. De hecho, toda nuestra vida parece ser un gigantesco acto de comunicación; y dentro de tal actividad, la clave de nuestro desarrollo no es otra que el lenguaje, la piedra angular de esa capacidad comunicativa.
El lenguaje es una herramienta de vital importancia para nosotros como especie, que ha marcado como ninguna otra lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos. Y es que la comunicación conlleva siempre consecuencias, y del uso que de ella hagamos depende en buena medida el curso que recorre nuestra historia tanto en lo colectivo como en lo particular. Aunque no podamos dejar de comunicar —tal como decía Watzlawick—, lo cierto es que sí está en nuestra mano el hacerlo de la mejor manera posible, tratando de transmitir a nuestros interlocutores el mensaje más certero que podamos elaborar.