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Ser humano es ser vulnerable

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Miquel Seguró ejemplifica la vulnerabilidad del ser humano con la metáfora de un círculo imperfecto, inconcluso, siempre abierto. Esa apertura esencial es lo que constituye nuestro ser vulnerable.

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Vulnerabilidad es el último libro del filósofo Miquel Seguró, un libro que articula todo un proyecto filosófico en torno a esta condición particular del ser humano: el ser vulnerable. Desde el pensar hasta la política, pasando por la ética, Seguró explora casi todas las aristas de la vulnerabilidad. Como telón de fondo nunca explícito, pero que irremediablemente eleva la importancia histórica de esta obra, una pandemia que evidencia esta condición del individuo.

Por Javier Correa Román

¿Qué significa ser vulnerable? ¿Por qué nuestra sociedad está tan empeñada en ser autosuficiente, independiente? ¿Es que acaso puede uno no ser vulnerable? Para Miquel Seguró (Argel, 1979) la respuesta es un no tajante. Para el filósofo, ser vulnerable es la condición que hace posible toda nuestra experiencia humana. Seguró no entiende la vulnerabilidad en su sentido doloroso (proveniente de vulnus, herida), sino como sinónimo del genérico «afectar» o, mejor, «ser afectado». La tesis principal de su nuevo libro es la siguiente: la condición humana consiste en ser vulnerable, esto es, consiste en estar abiertos al mundo, a que nos pasen cosas (buenas o malas).

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Vulnerabilidad, de Miquel Seguró (Herder).

En su libro, Seguró propone un esquema para una filosofía de la vulnerabilidad que asume que todo lo que tiene que ver con lo humano, lo bueno y lo malo, lleva el sello de la vulnerabilidad. En uno de sus mayores aciertos, el filósofo propone para pensar la vulnerabilidad la imagen de un círculo irregular e imperfecto que nunca acaba de cerrarse sobre sí mismo. La imagen, que servirá de hilo conductor a lo largo de toda la obra, es muy pertinente, porque ser vulnerable —ya hemos dicho— es estar abierto al mundo y por eso el círculo no termina de cerrarse.

El libro consta de dos partes. En la primera se esboza el pathos de la vulnerabilidad y en la segunda se explora su ethos. La primera tiene un carácter más epistemológico y la pregunta por la certeza tiene un papel central. En la segunda parte, más ética y política, la vulnerabilidad será examinada como experiencia misma.

Es importante notar, y así lo hace saber el autor, que este libro no tiene pretensiones totalizadoras. Aspirar a cualquier Verdad (en mayúscula) «sería del todo improcedente». Mantener el círculo abierto implica partir «de la convicción de que la contradicción forma parte también de la condición vulnerable». Por eso, este libro se coloca en las antípodas de «los discursos que buscan fijar todo lo que hay y cerrar la cuestión, [pues] fuerzan las cosas para que digan lo que se quiere que digan, dejando fuera todos aquellos elementos que los contradicen».

El pathos de la vulnerabilidad

Comienza esta parte con un leitmotiv del libro, a saber, el diálogo filosófico con uno de los autores más importantes de la historia de la filosofía: Descartes. Seguró deja claro que no pretende hacer una nueva lectura cartesiana, sino establecer un diálogo con Descartes que le permita alumbrar algunas condiciones de la vulnerabilidad (y, por consiguiente, de la estructura de la experiencia en general).

De este diálogo surge una de las primeras conclusiones de esta filosofía de la vulnerabilidad: que la medida epistemológica de la vulnerabilidad, es decir, su semejante en el pensar, es la pregunta. La pregunta es siempre apertura, siempre inconclusa, siempre remite a otra cosa por la que se busca o se pregunta. Por eso, y muy acertadamente, Seguró caracteriza la pregunta como el correlato epistemológico de la vulnerabilidad. Vemos aquí como no sólo el cuerpo es vulnerable, sino también cómo la vulnerabilidad marca nuestro pensar y la interpretación que hacemos de las vivencias que nos proporciona. A este respecto, dice: «También es vulnerable, afectable, el lenguaje asociado al ejercicio de la reflexión».

La tesis principal de su nuevo libro es que la condición humana consiste en ser vulnerable, esto es, consiste en estar abiertos al mundo

De entre todas las experiencias del pensar, la filosofía es la experiencia epistemológica más vulnerable. Es la encarnación propia de la pregunta, el ámbito en el que esta corretea de forma más libre. De ahí la caracterización de la filosofía como vulnerable, porque:

«… al ponerse de pie, otear el horizonte y comenzar a caminar, lo hace sin saber muy bien adónde irá a parar. Entonces es cuando la admiración se convierte en cuestión, nacida de la distancia con el mundo. De repente, todo es extraño. Otras voces pueden servir de referencia, pero nadie puede sobrellevar por otro la propia duda».

Acierta Seguró en dialogar con Descartes para buscar una filosofía de la vulnerabilidad, porque Descartes hizo de la duda su bandera. Nuestro autor entiende la duda como «reflejo de la condición vulnerable», como una determinación a no cerrar nunca el círculo por el que anda nuestro pensar. Sin embargo, nota pronto Seguró, Descartes se lanzó muy rápido a verdades atemporales, cerró el círculo con demasiada premura.

Asumir un pensamiento vulnerable implica el camino contrario al que tomó Descartes: «Tener siempre presente que a lo mejor no sabemos tanto, aunque sí lo suficiente como para sostener que, si bien los fundamentos, en plural, no son firmes para siempre, sobre ellos podemos mantenernos y prosperar». Aceptar la vulnerabilidad de nuestro pensar supone añadir un par de signos de interrogación a la verdad evidente de Descartes. Andar el círculo, sí, pero sin cerrarlo.

Ahora bien, insiste pertinentemente Seguró, ¿por qué esa obsesión con «fortificar el yo» como revela la filosofía de Descartes? Porque esta pregunta, reconoce nuestro autor, es incesante en el ser humano. Asumir que el pensamiento no cierra el círculo —y es de agradecer su honestidad intelectual— supone una aporía en la existencia humana, una «herida existencial» que nos «agota». Ese agotamiento nos lleva a tomar salidas «seguras, firmes», cualquier solución que cierre el círculo y cicatrice nuestra herida, como hizo Descartes.

De esta forma, Miquel Seguró, siguiendo los pasos de Nietzsche, no se centra sólo en analizar la verdad de Descartes, sino en comprender las necesidades psicológicas de esa verdad. La búsqueda rápida de una solución que cierre el círculo, que es casi una desesperación psicológica, no puede darse si no es engañándonos. Ello es debido a que el ser humano es, y no puede ser de otra manera, siempre vulnerable (incluso en su pensar).

La solución que propone Seguró a este desasosiego es aceptar la fragilidad y nuestra finitud. Se trataría de buscar refugio de la agitación no en verdades universales, sino «encontrar apoyos en las relaciones personales o con otros seres vivos que hagan más soportable esta fragilidad».

Esta apelación a la finitud y a la imposibilidad de alcanzar certezas, ¿quiere decir que todo vale? ¿Debemos aceptar que todo es relativo? No, vulnerabilidad no significa eso:

«Y sí, las hay. Hay certezas, hay verdades y hay conocimientos. Pero nunca totalmente ciertas, ni verdaderas, ni completas. Las ciencias no avanzan sino por la precariedad de sus resultados. Es la conocida tesis del falsacionismo, que en vez de buscar aquello que corrobora una determinada tesis científica (que implica un proceso de verificación que no acaba nunca porque siempre puede quedar algo por demostrar), opta por el camino contrario y va tras aquellos elementos que la refutan. Es una ciencia que se pone constantemente frente al espejo».

En esta primera parte, Seguró ha dibujado una racionalidad vulnerable que consiste no en negar la verdad, sino en acompañarla siempre de la duda. De esta forma «hay verdad y no-verdad a la vez, porque ninguna vence a la otra, sino que se complementan». Una razón vulnerable que es también razón encarnada, porque la vulnerabilidad implica asumir nuestra carnalidad como parte inherente a nuestro ser humano. Una razón vulnerable que insufla aire nuevo para respirar en esta —muchas veces agotadora— posmodernidad filosófica.

La filosofía es la experiencia epistemológica más vulnerable. Es la encarnación propia de la pregunta, el ámbito en el que esta corretea de forma más libre

El ethos de la vulnerabilidad

En la segunda parte del libro, Seguró indaga sobre cómo comportarnos en esta vulnerabilidad, qué hacer después de constatar este carácter ineludible de la naturaleza humana. La primera constatación es que nuestra existencia se muestra esencialmente «precaria». Una existencia en las antípodas de la autosuficiencia, donde los otros con los que vivimos tienen un papel esencial. Ser humano, que recordemos es ser vulnerable, es ser con otros, vivir interpelándonos. ¿Acaso la pregunta, dice Seguró, no es un solicitarnos unos a otros?

Aceptar la precariedad de nuestra existencia tiene consecuencias en cómo concebimos la libertad. La libertad, manoseada y secuestrada por unos pocos, no puede pensarse ya como una libertad sin restricciones, como una libertad que implique «determinarse por uno mismo»; sino que tenemos que abrazar una imagen «precaria» de la libertad. Y es que la «irrestricta voluntad de vuelo que se deriva de una concepción de la libertad que la proyecta como absoluta disponibilidad no se corresponde con las posibilidades finitas y condicionadas de nuestra realidad vulnerable». Esta libertad precaria tiene en el centro de su hacer la responsabilidad, pues «solamente porque hay libertad puede asumirse que hay responsabilidad».

¿Pretende en esta segunda parte Seguró establecer una moral fija, una especie de catálogo ético de la vulnerabilidad? Nada más lejos de sus intenciones. Coherente a su intención de no cerrar el círculo del pensamiento, una vida vulnerable debe asumir también un pensamiento vulnerable, nunca definitivo, y esto atañe también a la moral:

«Que la moral solo pueda ser provisional, contingente, no quita que sea imprescindible. Considerarlo de otro modo sería caer en un falso dilema. Es desde esa provisionalidad de la moral que tenemos que abastecernos de elementos y puntos de referencia, sabiendo de antemano que no todos esos elementos y puntos de referencia sirven para todas las contingencias y que, en cualquier caso, esas provisiones se acaban».

Estamos, pues, en una ética del no-criterio, una ética que no puede darnos reglas universales. La razón que aporta Seguró es que «si somos afectables, entonces nada permanece cerrado». Esto no abre las puertas del relativismo, defiende Seguró, pues que no haya una regla universal no quiere decir que todo valga, sino que las reglas son particulares, menos totalizadoras. Así, Seguró inicia un camino muy necesario entre las éticas totalizadoras típicas de la modernidad y las éticas particulares típicas de la posmodernidad.

A pesar de no querer dictar un criterio, Seguró sí que da algunas pistas para lo que podríamos llamar una ética de la vulnerabilidad. Por ejemplo, la vulnerabilidad implica una ética de la petición, pero también de la responsabilidad hacia la respuesta del otro y/o sus peticiones. Además, esta ética del no-criterio tiene que ver también con la conciencia de poder estar equivocados y de convivir con el error, con la necesidad de aprender a perdonar y a pedir perdón.

La libertad, manoseada y secuestrada por unos pocos, no puede pensarse ya como una libertad sin restricciones, como una libertad que implique «determinarse por uno mismo», sino que tenemos que abrazar una imagen «precaria» de la libertad

Como es fácil intuir, no estamos en una ética del yo, sino del otro; pues el yo, para Seguró, nunca se agota porque nuestro yo siempre remite a otros «yoes». Las relaciones con los demás son esos «circuitos incesantes» que nunca desaparecen; seguimos con la imagen del círculo que jamás se cierra. Esta apertura al otro tiene un carácter muy particular: el cuidado.

«Cuidar significa ocuparse de algo, lo que nos remite a la precariedad, que es solicitar, preguntar e implorar. Cuidar es, sobre todo, pensar de un modo muy específico y concreto en el bien del otro, el bien ‘otro’ que esa alteridad encarna».

Además, esta ética de la vulnerabilidad se articula en torno a las que podrían ser las tres erres de la vulnerabilidad: la relatividad («en tanto que una identidad o una afirmación están contextualizadas y abiertas»), la reciprocidad («en tanto que interrogamos y somos interrogados») y la reflexividad («en tanto que afectamos y somos afectados y eso nos lleva a modificar nuestras identidades e interpretaciones»).

Por si fuera poco, el autor añade en este apartado unos apuntes muy interesantes sobre la empatía. Frente al abuso de esta palabra, Seguró propone una empatía como forma de vulnerabilidad, pues la empatía muestra algo —o, mejor, alguien— que nos trasciende. Una empatía que tiene en la mirada su proceso fundamental, ya que cuando miramos nos miran, y es ahí donde se teje esa vulnerabilidad compartida.

Por último, Seguró da el paso de la ética a la política. Hannah Arendt ya afirmó que hay interés en la política en tanto que somos mortales. De forma similar, una filosofía vulnerable parte de la conciencia de la finitud y la finitud nos lleva, igual que a Arendt, al campo de lo político. En este último apartado se apunta hacia una política antagónica a la que vivimos. Seguró dibuja un poder no-vertical, vulnerable, y traza una crítica a la idea de soberanía como aplastamiento del otro y nostalgia de lo absoluto.

En conclusión, Vulnerabilidad es un libro ambicioso en contenido y su cuidado al lector lo hace muy habitable. La humildad en la escritura de quien no rechaza su propia vulnerabilidad provoca que la lectura se transforme en un diálogo sincero y profundo. Si alcanza Seguró a dar una «filosofía de la vulnerabilidad» es algo irrelevante, porque lo que hace el autor es abrir el círculo, no cerrarlo. Quizá su logro más notorio se deba a la parresía tal y como la definía Foucault: la virtud del que habla encarnando lo que piensa. ¿Acaso no es esta la forma más bella de vulnerabilidad?

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Una respuesta

  1. Avatar de Beatriz
    Beatriz

    Siempre alecionadoras sus lecturas. Nos ayuda a comprender la realidad en que vivimos. Y reflexionar.

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